Los niños de edades comprendidas entre los siete y los 12 años tienden por naturaleza a sentir empatía por el sufrimiento de otros, señalan los resultados de un estudio del cerebro llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Chicago, en Estados Unidos.
La empatía es la capacidad cognitiva de sentir, en un contexto común, lo que un individuo diferente puede percibir. Es decir, es la capacidad de comprender lo que sienten otros, y de participar en cierta medida de ese sentimiento.
Esta “sintonía” con los demás había sido ya registrada en la actividad cerebral de personas adultas, pero un equipo de científicos norteamericanos ha conseguido constatar la misma actividad también en niños.
Empatía y juicios morales
Para ello, utilizaron la tecnología de exploración de resonancia magnética funcional fMRI, que permite medir la respuesta hemodinámica (de la circulación sanguínea) relacionada con la actividad neural del cerebro.
Así, descubrieron que los cerebros de los niños mostraban, al ver a alguien sufriendo dolor físico, las mismas respuestas que los adultos, y en las mismas áreas cerebrales, publica la Universidad de Chicago en un comunicado.
Además, regiones adicionales del cerebro, relacionadas con los juicios morales, se activaron también cuando los niños observaron imágenes en las que una persona hacía daño a otra de manera intencionada.
Según declaraciones de Jean Decety, profesor del departamento de psicología y de psiquiatría de dicha universidad y uno de los autores del estudio, “esta investigación es la primera que examina en niños la respuesta neural al dolor de otros y al impacto de ver a alguien causando daño a otros”.
Entender los comportamientos antisociales
Decety añade que la “programación” cerebral para la empatía está definida de un modo predeterminado e inamovible en los cerebros de los niños de desarrollo normal y, por lo tanto, no depende de la orientación de los padres o de otro tipo de educación.
Comprender el rol del cerebro en la respuesta al dolor ajeno ayudaría a los investigadores a comprender de qué manera los trastornos cerebrales influyen en determinados comportamientos antisociales infantiles, como el acoso escolar (que es cualquier forma de maltrato producido entre escolares, de forma reiterada), explicó Decety.
En la revista especializada Neuropshychologia, en la que los investigadores han descrito sus hallazgos, se señala que la investigación fue llevada a cabo con 17 niños (nueve varones y ocho niñas) de entre siete y 12 años, a los que se les escaneó el cerebro al mismo tiempo que se les mostraban estímulos visuales animados cortos, que reflejaban situaciones dolorosas y no dolorosas.
Las imágenes reflejaban bien a personas que se hacían daño accidentalmente bien a personas a las que alguien les hacía daño de manera intencionada. Tras el escaneo, los niños evaluaron el grado de dolor de cada situación mostrada.
Resultados cerebrales
Los resultados de la fMRI mostraron, al igual que estudios previos con esta tecnología llevados a cabo en adultos, que la percepción del dolor de otros en el caso de los niños se asociaba a un incremento de la actividad hemodinámica en los circuitos neuronales implicados en el procesamiento de la experiencia del dolor propio.
Estas regiones eran la ínsula, la corteza somatosensorial, la corteza cingulada media, la sustancia gris periaqueductal y la región motora suplementaria.
Cuando los niños vieron imágenes de personas dañando a otras personas intencionadamente, se activaron también regiones cerebrales relacionadas con la interacción social y el juicio moral, es decir la unión temporoparietal, la cortezas paracingulada y frontal orbital, y la amígdala.
Por tanto, este estudio, que ha sido patrocinado por la National Sciencie Foundation de Estados Unidos, ha proporcionado más información sobre las percepciones infantiles acerca de lo correcto o incorrecto, así como de la forma en que los cerebros de los niños procesan esta información.
En Tendencias21 hablamos con anterioridad de una investigación, llevada a cabo con la tecnología fMRI en el Reino Unido, que demostró que las regiones cerebrales implicadas en el dolor se activan en aquellas personas que se sienten identificadas con la persona que sufre. Realizado entonces con adultos, este estudio confirmó asimismo que no sólo se puede sentir lo que sienten otros seres humanos, sino que queda un registro cerebral de este sentimiento.
Estos resultados apuntan a que la empatía depende no sólo de los factores educativos, sino también de factores hereditarios, reflejados en la estructura del cerebro. En el caso de los niños, este hecho explicaría, por ejemplo, porqué bebés de apenas unos meses lloran cuando ven a otro bebé llorar.
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