Si hablamos de muros, siempre ha sido de especial referencia para el mundo el que inicialmente fue denominado “Muro de la Vergüenza”, que aislaba el sector occidental de la ciudad de Berlín del resto de la población de la antigua República Democrática Alemana (RDA). Parece que fue ayer cuando, en 1989, el mundo celebrara entusiasmado la “Caída del Muro de Berlín“, del que aún hoy se siguen vendiendo restos de bloques de hormigón como recuerdos emblemáticos de lo que no debería volver a suceder.
Pero, hemos de preguntarnos con responsabilidad si hay diferencia entre el “Muro de Berlín” y estas otras barreras, de dudosa justificación que han seguido estableciéndose en el mundo a lo largo del tiempo, como la que divide a Israel de los territorios palestinos, los vallados de Ceuta y Melilla en el norte de África, o el nuevo muro en vías de construcción en la frontera entre México y Estados Unidos.
Otros, se levantan a la desesperada, incluso en nuestro propio país, tratando de cortar flujos hacia otros destinos que nos usan de puente, como sucede ahora mismo en Bilbao y Santander, donde los inmigrantes de los campamentos de Calais, desmantelados en 2016, se amontonan con la intención de llegar a las Islas Británicas. En Santander llevan 1.100 asaltos a los ferris en lo que va de año, pero, en Bilbao lo han controlado gracias a un muro, en este caso, podríamos decir que “solidario” con nuestros vecinos.
En países con un mayor tránsito de inmigrantes como es el caso español, el control fronterizo se impone, ya que son elegidos como países de introducción a la UE, para después pasar a otros con mejores perspectivas económicas.
Los intereses de unas u otras partes se multiplican y forman un polvorín, ya que ser país receptor de inmigración es claro sinónimo de estatus, de ser una sociedad en paz y desarrollada económica y socialmente, a la que varios millones de ciudadanos están orgullosos de pertenecer, mientras que millones de extranjeros desearían poder entrar, al tiempo que otros varios millones, más pronto que tarde, se van a ver obligados a intentar el acceso de cualquier forma, por pura supervivencia.
Nuestro país es sin duda tierra de promisión, pero no somos precisos cuando hablamos de inmigración en España, porque nos vienen a la mente todas aquellas personas de origen subsahariano o árabe que llegan a nuestras costas en precarias pateras gestionadas por mafias, y no solemos contar con la inmigración procedente de los países latinos o asiáticos, así como la invasión turística que llega a nuestras costas y se queda para aprovechar las ventajas que nuestro país les ofrece.
Los inmigrantes “ilegales” son seres humanos tan legales como los demás, pero que han tenido la desgracia de verse obligados a abordar en precario su aventura hacia el futuro, enfrentando desde los países de origen un trayecto tan plagado de peligros, que muchos de los que lo emprenden esperanzados mueren en el camino.
El drama es que, después de dejar a cientos de compañeros en ruta, cuando llegan cerca de la última de las barreras, próximos ya a su límite de supervivencia, se enfrentan a barreras y mares con tal desesperación que saltan sobre concertinas y se arriesgan a navegar, sin que los mafiosos de turno tengan que hacer mucho para venderles su pasaje a la pesadilla, porque sus clientes, aun sabiendo que les engañan, pagan con todo lo que tienen -y aún deben- agarrándose al último clavo ardiendo aún al precio de perder su pobre vida.
Frente a esto, nada pueden evitar los muros (y prueba de ello son los importantes asaltos que siguen produciéndose a través de los vallados de Ceuta y Melilla), porque es un hecho bien sabido que se reduce la ponderación de la altura y peligrosidad de cualquier obstáculo según crece la desesperación de quienes lo enfrentan.
Sin embargo, los muros, las fronteras, los obstáculos al entendimiento y la verdadera globalización se siguen levantando de modo inexplicable en un mundo desarrollado, a costes acumulados casi siempre mucho más gravosos que los que devendrían de la suma de iniciativas para concitar soluciones a largo plazo.
Realidad insostenible. Vergüenza social
La realidad es que emigrar a otro país como único modo de supervivencia, ha creado un problema social en los países receptores de los flujos migratorios ya que, por un lado, está el deber humano de acoger a aquellas personas cuya vida corre peligro, pero, por otro, la sociedad del país de acogida siente a menudo la sensación de que puede peligrar la estabilidad y la seguridad de su población.
La migración internacional es hoy un fenómeno global causado por numerosos factores, incluyendo las desigualdades demográficas y económicas entre los países, además de la guerra, los estados fallidos, el hambre y las catástrofes y el deterioro medioambiental, que hacen incompatible con la vida la permanencia en muchos territorios que antes bastaban para la subsistencia.
Pero los muros tienen hoy un valor especialmente simbólico frente a esos miedos porque, más que defender la seguridad o soberanía de ningún pueblo supuestamente atacado por las hordas o necesidades de los otros, como antaño lo hicieron las murallas, en general separan a los países ricos de los pobres, protegiendo simbólicamente a los amenazados por ese sentimiento de aporofobia que anida en los corazones estrechados por la opulencia.
Todos tienen derecho a sentirse seguros, los unos en nuestra tranquila comodidad y, los otros, en su afán de alcanzarla, pero hay que resolver el conflicto de manera eficiente.
Si tenemos en cuenta que las barreras físicas han demostrado por lo común su ineficacia, lo verdaderamente indispensable es que se realice una adecuada política migratoria integral y universal, que sirva para resolver de raíz las consecuencias de la enfermedad que produce la auténtica vergüenza de nuestro siglo: una desigualdad inaceptable, sobre la que no podemos seguir poniendo paños calientes.
La globalización, mal entendida, pese a todas sus ventajas, ha seguido primando el beneficio a toda costa, otorgando un crecimiento exponencial a los países montados en los elefantes ciegos del consumo, mientras se esquilmaban y depredaban los territorios de donde salen las materias primas y la mano de obra barata.
Nada de lo que podamos sorprendernos es ahora que los pueblos más desfavorecidos y, en muchos casos, engañados y utilizados para la extracción de materias primas de un subsuelo que ya no era suyo, guerras de otros que se inventaron como suyas, proyectos de desarrollo que nunca llegaron y líderes caciquiles colocados ad hoc por las potencias interesadas en repartos y globalizaciones varias, salgan de su caverna a buscar la luz.
Ya hemos globalizado la humanidad. Hora es de humanizar la globalización.
El asunto de la inmigración en general, y de la inmigración ilegal en particular, es sin lugar a duda, uno de esos retos sobre los que demasiado a menudo, en vez de actuar, se dan discursos recurrentes y vacíos, poniendo de manifiesto las grandes carencias que tienen las instituciones de consulta y decisión al más alto nivel, y que, en el mejor de los casos, terminan en una declaración rubricada por algún alto dignatario, cuando no en una dejación de responsabilidad ante la realidad y drama de los derechos humanos.
Hoy, hablamos de solidaridad cuando ésta queda bien para dar una buena imagen, tranquilizar nuestra conciencia o creer que “hacemos algo”, pero, a la hora de sentarnos a estudiar y dar cauce y continuidad a las posibles soluciones los sentimientos de inseguridad sirven de combustible para seguir atendiendo sólo remedios momentáneos y cosméticos, dejando a la auténtica solidaridad constructiva y sostenible reducida a unos pocos gestos de acogida que se muestran en los medios a bombo y platillo, ensalzados en extremo por unos y criticados por otros como un ejercicio de buenismo que se ve como casi ingenuo, cuando no peligroso.
La triste realidad es que, mientras tanto, se levantan o incrementan nuevos muros, físicos o legales, que se cree que nos protegen, pero siguen siendo una justificación vergonzosa y un aplazamiento de la auténtica realidad que, para los necesitados, por pura supervivencia, sólo significan obstáculos a batir y retos a superar
Hoy, más que nunca, buscar soluciones que acometan el problema de la inmigración, legal e ilegal, lleva implícito un entendimiento a corto plazo de todos los países afectados para conseguir aplicar un protocolo común, desarrollado con rigor, a fin de abordar de manera eficiente y equitativa la diversidad de situaciones que se plantean habitualmente.
Sin embargo, de nada serviría enfocar la ordenación del flujo de migrantes si no nos planteamos un trabajo conjunto y profundo para establecer protocolos de supervisión y programas de desarrollo en los países de origen que sirvan a medio plazo para evitar que las personas tengan que abandonar sus familias y pueblos por guerras de poder, gobiernos autoritarios o, simplemente, por falta de los recursos más vitales para la supervivencia y el desarrollo.
Cuesta creer que, nuestro inteligente y poderoso primer mundo, ese mismo armado hasta los dientes, que gasta miles de millones en la exploración del espacio, y se plantea colonizar Marte, carezca del ingenio y de la voluntad política suficiente para colonizar sus corazones con semillas de consciencia y sembrar el desarrollo en cada rincón del planeta.
Nos encontramos en un camino irreversible hacia un Nuevo Orden Mundial en el que, lo que hoy llamamos globalización, no será más que el paraguas de fraternidad que alcance a cada rincón de la tierra, y no por ese supuesto buenismo que todavía se atribuye a los pacíficos, sino porque habremos comprendido y aplicado (por puro interés y sentido práctico si no lo hacemos por sentimientos) lo que ya nos decían nuestros mayores: que “no nos puede ser indiferente el dolor ajeno”; que “tenemos que saber ponernos en el lugar del otro”; que “es más barato repartir que destrozar el bien por el que peleamos”; que “es más productivo para todos el diálogo que la lucha”; que “hay que dar peces y enseñar a pescar”; que “sólo tenemos un planeta y tenemos que empeñarnos en cuidar en conjunto todos y cada uno de sus reinos”.
Todo ello, sin olvidar que, los campos de refugiados no son una solución, ya que supone vivir encerrados sin haber cometido ningún delito ni disponer de un espacio seguro donde poder desarrollar su cultura y supervivencia con sus familias que son derechos que deben respetarse.
Objetivos. Análisis y recursos
Mientras tanto, para trabajar por unos objetivos loables y sostenibles hemos de hacer cuanto antes análisis realistas y rigurosos de las necesidades y recursos a disponer y aplicar, teniendo en cuenta que:
La principal conclusión del Informe de síntesis de la REM (Red Europea de Migraciones) es que, reducir la inmigración irregular constituye una prioridad política en la UE y sus estados miembros y que la necesidad de acciones conjuntas y de cooperación entre éstos queda patente en el hecho de que muchas de las principales medidas resaltadas son aquellas que requieren un esfuerzo colaborativo (por ejemplo: patrullas fronterizas conjuntas, intercambio de información y análisis de riesgos y amenazas).
En cualquier caso, hay muchas maneras de tratar el problema del incremento de la inmigración ilegal en Europa, empezando por la más básica: establecer modos de entrada ordenada, legales y seguros, dejando de defendernos de la supuesta amenaza que su llegada supone para abordar la valoración de la juventud, renovación y fuerza de trabajo que ofrece su presencia
Para algunos países estas medidas son urgentes no sólo por el orden implícito sino por los beneficios que la propia inmigración puede producir. El caso de España es paradigmático: o facilitamos la entrada de inmigrantes o habrá un desastre demográfico a medio plazo y no habrá dinero para pagar a los pensionistas. Las cifras son contundentes: según estimaciones de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal, necesitaríamos 10 millones de habitantes extras de aquí al año 2050.
La realidad es que, sin la inmigración, muchos países de Europa agonizarán sin remedio pero, ese incremento debe ser rigurosamente dimensionado, filtrado y controlado para su regulación e inserción.
El apoyo a las economías locales y a la educación, reduciría el número de los que emprenden esa travesía por la falta de perspectivas. La cooperación internacional debe enfocarse en incentivar el desarrollo tecnológico y empresarial de esos países.
Este ordenamiento también debería prever especiales medidas para el adecuado trato y la justa contratación de los inmigrantes legales, una vez regulada su entrada pues es sabido que incontables empresarios se benefician de los inmigrantes ilegales, e incluso de los legales, utilizándolos como mano de obra barata.
Igualmente, como ayuda a la inmigración regular, la ayuda financiera y en capacidades estatales, focalizada en los países de tránsito, no sólo es necesaria para permitir que puedan administrarla identificando los casos más vulnerables, sino que es fundamental controlar directamente la aplicación de los recursos para evitar el fraude o enriquecimiento personal.
Por otro lado, hay que establecer planes operativos eficaces, compartidos entre países, para acabar con el tráfico de personas, pues las mafias, situadas principalmente en el norte de África, muchas veces asociadas a grupos terroristas como el llamado Estado Islámico, se aprovechan de la necesidad de millones de personas para explotarlos económicamente sin ofrecer la más mínima seguridad, o para utilizarlos en sus objetivos.
En definitiva, no es construyendo muros como se resuelve el problema de la inmigración ilegal, sino tratando también la brecha entre países ricos y pobres, promoviendo el desarrollo económico local, el empleo y el bienestar social de los países subdesarrollados, de modo que sus ciudadanos sientan posible la evolución de sus vidas en sus países de origen y descarten la migración como tabla de salvación y única oportunidad para lograr una vida digna o simple supervivencia.
Gestión de la crisis
La gestión de los flujos migratorios implica proveer asistencia directa a los inmigrantes y favorecer su protección; prevenir y combatir el tráfico ilícito y la trata de personas, así como promover el desarrollo de modelos de gestión migratoria que se adapten a las necesidades y realidades actuales para la adecuada atención de las personas.
Uno de los principales y más urgentes aspectos a tener en cuenta para la resolución de la crisis en la que estamos inmersos es analizar las verdaderas necesidades de migrantes en los distintos países de destino, generando protocolos de acogida consensuados y eficaces, que permitan la llegada pactada a los destinos predeterminados que corresponda, donde sean esperados y tratados como seres humanos, con todos sus derechos y no almacenables en guetos.
La OIM, como principal organización internacional para las migraciones, continúa trabajando con sus asociados para poder encarar los desafíos que conlleva gestionar estos flujos migratorios en forma ordenada y en condiciones humanitarias, a fin de poder beneficiar a las personas migrantes y a la sociedad de acogida.
Hasta la fecha, y con independencia de las verdaderas soluciones pendientes de implementar, hay que destacar que las medidas prácticas adoptadas en la entrada, así como los controles de frontera, han demostrado su eficacia.
Los recursos compartidos y las redes de información, tales como la base de datos de documentos falsos de la INTERPOL o el Sistema Europeo de Archivo de Imágenes (FADO), son instrumentos importantes para detectar documentos fraudulentos en la frontera.
Por otro lado, la cooperación entre los Estados miembros para garantizar la seguridad de las fronteras interiores y con los países vecinos (investigaciones y patrullas conjuntas) permite prevenir también la inmigración ilegal, no solo en la UE, sino también en los países de origen.
A modo de conclusiones
Los muros físicos no van a parar la inmigración ilegal, sólo la harán más cara y con mayores riesgos y peores consecuencias. Son un obstáculo, pero no imposible de superar, pues siempre serán vencidos o burlados por la imperiosa necesidad de supervivencia.
Sin embargo, no acaba el peligro en sus paredes porque, una vez alcanzado el otro lado, quedan por derribar las fortificaciones más inexpugnables: las que están en las mentes y corazones de la sociedad insolidaria. Los más vergonzosos muros son los de la inoperancia de la política y de los políticos, que son incapaces de ponerse de acuerdo en temas ya declarados fundamentales para la convivencia y el desarrollo en paz desde hace muchos años.
Tanto los unos, como los otros, son monumentos a la ignorancia, al egoísmo, a la insolidaridad, al fallo de la convivencia y la concordia; en definitiva, son monumentos al fracaso humano en el intento de civilizarse y humanizarse, al fracaso del hombre para conciliarse con las realidades que lo circundan en cada momento, incluso con excusas como que la inmigración ilegal genera inseguridad ciudadana. Podemos justificarnos y decir que hay “muros buenos y muros malos” pero, lo cierto es que “al otro lado del muro” siempre habrá una gran diferencia económica, étnica, religiosa, política o social a resolver.
“No quiero mi casa amurallada por todos lados ni mis ventanas selladas. Yo quiero que las culturas de todo el mundo soplen sobre mi casa tan libremente como sea posible, pero me niego a ser barrido por ninguna de ellas. Me niego a vivir en casa ajena como un intruso, un mendigo o un esclavo”.
Mahatma Gandhi
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